Transcribo otra meditación del reino omnisciente:
En meditación, respiro profundo y trato de sentir mi ser y cómo éste
se expande en una luz blanca que sana mis heridas y que me hace sentir
ligera y conectada a mi alma. De hecho, ése es el espacio privilegiado
que he ocupado siempre y que constituye el timón que dirige la
embarcación de la vida, esa vida que tengo la dicha de vivir en
libertad.
Con los ojos cerrados, me siento una nómada del
tiempo y percibo como éste me abraza y sella un pacto conmigo: el de
una alianza eterna en la cual yo me siento una con él en una nueva
dimensión que me lleva a lo que he venido a ser. Este lazo me
flexibiliza a él y él a mí, de tal modo que intuyo que el teimpo me
acompaña y vibra en cada instante para revelarme el significado de la
vida y, si conviene, el tiempo parece ensancharse o dejar de transcurrir
tan veloz.
Sigo respirando en postura de sedestación y tengo la
sensación de que el ir y venir de las circunstacias deja de afectarme,
ues, al ser consciente de la luz de mi centro, siempre me nutro de este
equilibrio interno y eterno, inalterable, el cual la fuerza de mi alma
me entrega como el mejor de los regalos. Y ése es precisamente mi mayor
tesoro: mi alma eterna acariciada por cada momento que la alimenta y la
convierte en una con todo.
En mi tiempo de meditación, soy
consciente de la necesidad de dejar atrás mis apegos y de exprimir en
cada instante hasta la más insignificante de las bendiciones, que la
vida coloca ante mi. Traigo al recuerdo algunas de las afrentas
recibidas y las disuelvo en una luz rosada, con amor, deseando lo mejor a
sus ejecutores. Ya no pueden hacerme daño y he aprendido a comprender
las razones de su actuación y aceptar que todo aquello se fue, me enseñó
empatía, comprensión por los demás y vulnerabilidades sobre mi de las
que he tomado conciencia. Este nuevo entendimiento me permite vivir la
vida en la frecuencia del milagro que soy, que no sólo se halla en lo
bueno, sino también en lo que nos inquieta.
Sigo con mi
sesión de introspección y me doy cuenta de la belleza que experimento en
cada instante de recogimiento. En la intimidad con el ser puedo
escucharlo y conectar con él. Pero si no quiere transmitirme ningún
mensaje, lo respeto y sigo adelante con mi ejercicio de interiorización,
aprovechando para revisar mi estado mental, siendo consciente de mis
sensaciones de ahora y tratando de ver desde este momento el escenario
desde afuera, en paz con lo que soy y dejando de juzgarme y de juzgar a
otros. Aceptar lo que me ocurre en lugar de juzgar es mi mejor opción.
Llego
a la conclusión en el transcurso de mi mirada hacia dentro que cada
juicio resulta una pérdida de tiempo que nos ancla en hechos que
sucedieron en el pasado que nubla nuestra visión de las cosas y que nos
abocan a un entendimiento equivocado. Este hecho que nos hizo sufrir,
ahora ya no está. Por eso no voy a regalar mi valioso tiempo o
experiencias a una entidad fantasmal que ahora veo salir por la puerta
trasera de mis emociones.
Doy las gracias a todo ese
sufrimiento por cada lección recibida, entre otras, me ha acercado a mi
humanidad y a la paz latente que nació conmigo, que he aprendido a
reconocer y de la cual me desconecté durante años.
Sigo
ante mi escenario mental y observando la circulación de pensamientos,
envolviéndome de una luz reconfortante que me envía como respuesta que
desde que juzgo menos o trato de no juzgar, la vida la percibo desde el
corazón alegre de mi niña interior a quien le encantan los juegos, las
sonrisas, los paseos y la creatividad. La siento ahora fundida en mi
corazón y la abrazo con cariño. En ese abrazo también incluyo a toda la
humanidad, especiamente a los que me perjudicaron y doy gracias por
ahber ganado mi nuevo espacio de libertad y confianza en mí misma.
Nunca
me arrebataron nada que no me perteneciese y eso me ha conducido a la
mejor de las enseñanzas: la plenitud que siento ahora, cuando me dedico
el tiempo que antes me arrebataron.
Sigo en meditación y
agradeciendo el regalo de dedicarme tiempo a mi misma, el cual empleo
para seguir respirando profundo y dar rienda suelta a la creatividad y
bailar con el corazón junto a mi niña interior, que es tan preciosa, que
parece un ángel que me ha venido a enseñar a amar y respetar la vida.
Respiro
más profundo todavía para conectarme más con el instante y siento como
un caudal infinito de nuevas creaciones está latiendo con tanta fuerza
que dará lugar a un estallido de vida. Esta explosión de vida me muestra
como la bendición y la hazaña que implica el hecho de vivir una vida
consciente y despierta. A ese despertar nos dirigimos todso y allí es
donde encontramos el núcleo de lo que realmente somos: luz y divinidad
en carne y hueso.
Sigo bañándome de paz y mis guías de luz
me rodean con amor en una canción callada cuya melodía compartimos
desde mi nacimiento y que ha venido a recordarme en cada paso del camino
mi origen y el porqué estoy en este precioso planeta.
Visualizo
la sacralidad del planeta Tierra, la perfección que alberga y el ritmo
de ascensión trepidante que circula en mis venas. Sonrío porque ya no
tengo miedo, gracias a la plena aceptación de lo que me brinda el ahora y
el convencimiento en que todo sucede, atendiendo a un plan.
Visualizo,
respirando profundo, como el cielo se une con la Tierra, en el centro
de mi corazón y mi niña interior y yo formamos parte de este escenario
divino y tranquilo que la vida nos regala aquí y ahora.
Agradezco lo bueno y lo malo, mientras sigo con los ojos cerrados, respirando aún más profundamente, entregada al ahora.
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