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miércoles, 19 de junio de 2013

Canalización de los gnomos

Soy tu gnomo maestro:

En lo más recóndito del bosque se respira una pureza sin igual. En la cumbre de la montaña diviso un paraíso hecho de cielo y de nubes transformistas desde donde los ángeles me saludan y me impulsan en cada paso de mi camino de vida.

Despertar es la noble misión de un corazón ardiente de vida, de experiencias enriquecedoras, de sentir y de palpitar.

Despertar es recordar lo que olvidamos y acordarnos también de aquellos a quien debemos tender la mano, reconocer a aquellos que también tienen algo que enseñarnos y completar así todas las fases de nuestra alma. 

Hablo con la brisa que acaricia las hojas de los árboles, percibo el aleteo de las alas de las hadas y me ensimismo en la belleza del ser.

Consciente del enorme valor de cada segundo, noto cada instante sin rasgarlo ni modificarlo pues la esencia natural de las cosas impregna mi alma y a ella le sirvo.

Desde lo alto de la montaña, la cual se alza a los pies de este bosque conocido por pocos, respiro profundamente y me hermano con la vegetación, con la altitud y la profundidad de este lugar bendito donde siento a Dios más cerca de mí.

Sonrío ante la bondad. Me enternece la inocencia y la agradezco. El emblema de mi escudo es la honestidad ejercida desde la verdad del corazón.

Abrazo mi alma, mientras escucho al alma sabia de esta montaña que piso y ella me cuenta que ha sido testimonio de dolor y de de alegría, de victoria, cansancio y satisfacción de aquellos que un día llegaron allí. Pocos son los que han osado explorar esta cumbre pero, sin pretenderlo, dejaron un poco de su sufrimiento en esta cima y el aire puro está trabajando para reinvertirlo.

Algunos recogen alegría, cuando otros han sufrido. Esta resulta una de las paradojas de la vida. 

Los que hablan demasiado, se escuchan poco a sí mismos.

Escucharse a uno mismo es el primer paso par el despertar porque nos permite averiguar qué necesitamos y qué no y también alinearnos y alimentar la luz del alma. 

Me siento ligado a la Tierra, a sus mares, lagos y árboles, a sus animales y cordilleras montañosas. Por ellos velo pues forman parte de mi constitución gnómica. A ellos los respiro y envío amor. A ellos me debo pues constituyen mi propósito. 

Celebro la vida contemplando el baile de las hadas y respondiendo a la voz de mis entrañas. Vivo en bendición en mi bosque divino, en mi bosque salvaje, peligroso y manso a la vez, apacible y sonoro a la vez. Admiro su frondosidad, y, para contribuir a ella, me hago cargo del cuidado del reino vegetal que alberga.

Vivo en un árbol y desde sus ramas contemplo el cielo iluminado por el sol y también el cielo estrellado por las noches. Las estrellas son tan hermosas y mágicas que se consideran portales abiertos a otras dimensiones de colores tan vivos que incluso a destacados pintores y artistas de la Tierra les costaría reproducir en sus lienzos, láminas u otros soportes para sus cuadros u obras pictóricas. Sin embargo, la belleza de la Tierra me conmueve pues es verdadera, majestuosa y sabia, en cautivadora y tremendamente vivificante, estalla de vida. 

Este planeta acoge tanta vida que es como si en él mismo existiera un corazón respirando a pleno pulmón hacia el Universo. 

Me siento comprometido hacia la madre naturaleza y hacia la preservación de todas sus especies. 

El bosque me abraza, mientras los espíritus ligeros y juguetones del aire me susurran el milagro de estar aquí.     
    

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