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miércoles, 19 de junio de 2013

Canalización de los guías

La noche sigue calma y misteriosa, docta en los secretos del alma de la Tierra, la noche le confiesa a la luna el sufrimiento del planeta y la constante necesidad de luz que precisa de la humanidad. 

El viento se arremolina alrededor del corazón de la noche y se funde con su infinitud. La sensación de frescura y de intimidad que se forja en su núcleo hace que el viento vuele más alegre que nunca hasta la puerta de los ángeles y que se acerque a Dios para cantarle bendiciones. 

El canto de las sirenas se posa sobre el arrecife de coral y es absorbido por las esponjas marinas, exultantes de amor.  Se ha depositado tanto dolor en el mundo que incluso llega a las sirenas, cuyas lágrimas caen al mar. Pero la luna las incita a sonreír, bailando en el firmamento, seguida por sus estrellas destellantes. Cuando las sirenas estallan en risas, el océano se ilumina y esa luz contribuye a disolver el pesar. 

La belleza del mar me extasía y embriaga mis sentidos. Las hojas de las palmeras ondean al viento y la arena aprovecha la brisa para correr silenciosa hacia las olas y permanecer así más cerca de las sirenas.

Las caracolas de la orilla llevan consigo el sonido del océano para todos aquellos que deseen escucharlo y recordar el mar. En su fondo, los peces están a salvo, ocultos mientras duermen. Sueñan con sireñas y hadas, recibiendo su magia y su abrazo de luz. 

Las flores exóticas de la playa miran a la luna, antes de acostarse. Los vigías alados de la playa velan por ellas, para que no se marchiten durante su sueño y se despierten resplandecientes de luz y de vida.
 
Todo en la costa refulge vida, latidos, amor. Este canto a la vida dulcifica la mirada del océano, esa mirada salina con forma de espuma y aguas cristalinas con el poder de albergar tanta vida que precisó de la tierra para establecerse y ser contenidas. El mar y también las aguas dulces poseen tanta riqueza que no puede ser medida. Respetarla y preservarla se convierte en el propósito de una raza humana despierta que sabe escuchar a las sirenas.

Una hamaca es mecida por el viento y te sientas para ser partícipe de este movimiento rítmico que te adentra en el presente y te acopla al latido del corazón, a ese brío de vida que se expande por tus venas y al que sirves, fiel al alma, como guardiana de los secretos de ese lugar cuya lengua te habla ser adentro como el mar adentro del que te has enamorado.

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