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martes, 2 de julio de 2013

Canalización de los guías

Ensimismada en la vida que te rodea, correteas y voleteas inocentemente entre las flores, inhalando su aroma y dejándote embriagar por los matices de su olor. Hay matices suaves, fuertes, intensos, profundos, sutiles, etc. Es como si estuvieras en la pradera de tu guía Emilú, como si ella te hubiera conducido hasta allí. A lo lejos crees percibir levemente su silueta ligera en el aire y percibes un guiño de complicidad. 
 
Te sientes bien, plenamente agradecida por todo lo que recibes. La fragancia de las flores te envuelve, te abraza como a una chiquilla. De pronto, te ves reír a carcajadas, siendo muy, muy chiquita y también te ves sonreír amorosamente siendo adolescente. Percibes como si te hubieras reconciliado y congratulado contigo misma.

El caminito de la pradera te conduce a una hilera de árboles grandes que respiran belleza y desprenden armonía. Quisieras abrazarlos a todos a la vez pero no puedes. Así que les envías un abrazo por correo y en tu mente visualizas como los rodeas a todos con tus brazos gigantes. Adoras el reino vegetal. Él nace del vientre de la Tierra y se expande hacia afuera. Algunos árboles te parecen tan altos que pueden tocar el cielo. 
 
¿Cómo sería verlo todo desde tan arriba? Seguro que lo harías de forma más objetiva, distanciada, imparcial. Baja esa imparcialidad a la Tierra y ejercítala, como la marcha militar de un ejército que reduce sus actividades a la paz. La mente neutral resulta una bendición para quien la desarrolla y para los que la reciben. El mundo lleva a cuestas demasiada habladuría y juicios y por eso precisa de más silencio y menos etiquetas.

Observando sin intervenir conectas con la unidad de la pradera y es como si pudieras respirarla, como si su energía fluyera por tu sangre.

Sientes que algo se enciende en tu corazón, como una luz interior que os unifica.

Despides a los árboles y sigues caminando. Al final, divisas un arroyo tan hermoso y fresco que te sientas para integrar y llevar adentro tales cualidades, aunque ante la perfección de la naturaleza tú te sientes pequeñita.

Algo minúsculo y divertido te está observando, escondido en una rocas, tras las aguas. Escuchas como unos saltitos. ¿Serán de una criatura del bosque? Te asomas a la escena, acercándote sigilosamente, con mucho cuidado. Una lucecita rodea a una figura similar a un gnomo que, al sentirse descubierto, corre hacia unas setas y desde allí le ves desaparecer, esfumándose al instante. Aprendes que si no hubieras pasado de ser espectadora o testigo a convertirte en participante activa de la escena, queriéndote aproximar a la figura, quizás el gnomo aún seguiría allí apostado. Te ha dado una pequeña lección que agradeces y le pides perdón,  si en algo le has molestado. Pero hay algo en el arroyo que te sonríe y te inspira. 
 
Tomas tu cuaderno y anotas en él algunas palabras mágicas que te sopla el lugar, también aprovechas para dibujar el arrojo, sus rocas y las briznas frescas de hierbas que se mecen suavemente con la brisa, como columpiándose con ella. Debes trasladar este movimiento casi tan imperceptible como una luz tenue, a tu cuaderno. No resulta fácil pero debes esforzarte en la captación de sensaciones sutiles para transcribirlas en forma de palabras y de dibujos. Así, reflejas el movimiento, los sentimientos y las sensaciones del mundo natural, real, vivo a tu mundo de papel, virtual o de transmisión de conocimiento en la Tierra. 
 
Aprender a ser una simple espectadora en el cine o el espectáculo de la vida te lleva a experimentar la presencia testigo que sólo es y permite con total neutralidad y desapego. Disfrutas del proceso sin preocuparte a dónde te llevará tu camino. Simplemente, cuando llegues, lo sabrás.

Sigues trazando formas en tu cuaderno de dibujo y preguntándote como puedes trasladar la frescura y la pureza del lugar en tus ilustraciones sin palabras. Empiezas por trazos sencillos, difuminados, como desdibujados pues cuándo no sabes cómo empezar simplemente desdibujas antes de dibujar, antes de decidir como quedará tu dibujo, esto es, como dibujar. Cuando acabas tus difuminados -como si se tratasen de un boceto-, les das forma pues en la vida hay que desaprender para aprender, es como desenrollaras o deshilaras el hilo de una madeja para luego volverla a enrollar con maestría.

Así es el tapiz de la vida donde hay que empezar y acabar o acabar y volver a empezar.
Así es la paradoja de la vida. A veces difuminas tus dibujos, les das luego forma y vuelves a difuminar el color. ¿Por qué no? Un camino puede experimentarse de varias maneras, volver a caer hasta que uno aprende la lección. Difuminar le otorga poder al fondo de las ilustración, a la imaginación del que contempla el dibujo y que interpreta a qué pudieran corresponder formas poco precisas. A veces, dibujas formas que consideras definitivas pero difuminas algunas para dar mayor profundidad a la escena. Este resulta el modo más habitual de dibujar pero a ti te gusta experimentar también haciéndolo al revés para ir balanceándote entre los dos platos de la balanza y para no conceder transcendencia ni para el orden rígido de las cosas ni al resultado final. Es un modo genial de relativizarlo todo pues los conceptos rígidos ya no son para ti, pero sí los abiertos. Suspiras profundamente, miras al cielo y le das las gracias por haberte traído hasta aquí.





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